A las cinco de la madrugada, el móvil vibraba como loco.

Abrí los ojos, con la mente todavía nublada, y desbloqueé el teléfono por inercia. En cuanto apareció la app de trading, me despejé de golpe.

Bitcoin, por debajo de 105.000. Ethereum, incapaz de mantener los 3.600. La pantalla entera en rojo, como si se burlara de mí.

Me quedé mirando unos segundos y salí en silencio. Otros 800.000 menos en la cuenta.

Este ya es mi décimo año en el mundillo, la séptima vez que me topo con un "colapso épico" de estos. Pero si me preguntas cuál dolió más, nunca es uno como el de hoy.

La que de verdad dolió fue aquel verano de 2017.

Entonces tenía 3 BTC, y lo aposté todo a una altcoin que nadie conocía. En siete días, la cuenta pasó de 60.000 a 7.200.000, se multiplicó por 120.

En ese momento me sentía en las nubes, publicando cada día en redes lo de "un día en cripto equivale a un año en el mundo real". Ahora que lo pienso, no era una frase épica, era la estupidez de alguien cegado por el bull market.

Han pasado diez años y ahora lo tengo claro:

Este mundillo no es el paraíso, es un campo de batalla. Sobreviven los que tienen disciplina de acero, no los que confían en la suerte.

He aprendido tres reglas de hierro a base de perderlo todo tres veces:

Primera, nunca vayas all-in. Mientras sigas vivo, siempre habrá más oportunidades.

Segunda, pon siempre stop-loss. Parar pérdidas no es rendirse, es sobrevivir.

Tercera, si tienes que cambiar de sector, hazlo. Encerrarte en una moneda equivocada nunca te llevará al precio que esperas.

Esta mañana en la comunidad aún había quien gritaba "¡a comprar el suelo!"