Maurice Obstfeld acaba de lanzar una opinión interesante sobre el acuerdo arancelario entre EE. UU. y Corea del Sur que está causando revuelo. El tipo básicamente dice que sí, claro, Seúl podría estar recibiendo algunas promesas dulces en torno a su industria naval – esa es la zanahoria. Pero aquí está lo llamativo: argumenta que una parte de lo que Corea del Sur aceptó no es más que dinero de tributo directo que fluye hacia Washington.

Piénsalo. Las negociaciones comerciales se supone que son de dar y recibir, ¿verdad? Ambas partes deben salir con algo. Pero el enfoque de Obstfeld sugiere que este caso está desequilibrado. Corea obtiene victorias en política industrial en un sector, mientras que potencialmente cede mucho más en otras áreas – cosas que ni siquiera generan beneficios recíprocos, solo pagos que parecen sospechosamente sistemas de tributo antiguos.

Es una evaluación dura, pero no completamente sorprendente si miramos cómo se han estructurado últimamente los acuerdos comerciales bilaterales. La pregunta ahora: ¿se repetirá este patrón con otros países que se preparan para cerrar sus propios acuerdos? Y lo que es más importante para los mercados: ¿cómo redefine esto los flujos comerciales globales y las estrategias de inversión cuando las relaciones empiezan a parecer menos asociaciones y más... bueno, tributos.