Hay una verdad que vale la pena reflexionar: en el momento en que se silencia la palabra, la democracia comienza a desmoronarse. No se trata solo de decir lo que quieras—se trata de preservar la misma base que mantiene a raya el poder y lo hace responsable. Una vez que las voces son silenciadas, ¿qué queda? Un sistema donde las decisiones se toman a puerta cerrada, donde la disidencia desaparece y donde la multitud simplemente asiente.

Piénsalo. Descentralización, transparencia, resistencia a la censura—estos no son solo palabras de moda en cripto. Son básicamente la versión digital de lo que la libertad de expresión representa en la sociedad. Quita eso, y te quedas con narrativas controladas y guardianes que deciden qué es verdad. ¿Te suena familiar?

La parte aterradora no es perder el derecho a hablar. Es perder la capacidad de cuestionar, de desafiar, de señalar lo que está mal. ¿Y una vez que eso desaparece? La democracia se convierte en solo otra palabra sin peso real detrás.