La semana pasada circuló un mensaje en el círculo: el suministro de tierras raras de un país de Asia Oriental comenzó a presentar variables.

Primero veamos los datos. Este país importa de una gran potencia tierras raras en forma de óxidos, que representan casi el 70% de sus importaciones totales — todo el sector de motores, automóviles, robots e incluso la cadena de la industria militar sensible, se mantiene gracias a esta línea. Ahora, los plazos de aprobación se han alargado, los requisitos de cumplimiento se han elevado, aunque nadie dice "embargo", las empresas ya empiezan a sentir la presión.

Lo interesante es que esta operación ha sido bastante contenida. No se cortó el suministro de golpe, sino que se fue ajustando lentamente — conservando espacio para negociar y dejando clara la postura. Paralelamente, también hubo movimientos en el ámbito militar: en las aguas cercanas a las Islas Ryukyu, los aviones de combate detectaron con radar, aunque no abrieron fuego, estas señales tácticas de advertencia ya son suficientemente claras.

¿Impacto a corto plazo? Algunas pequeñas y medianas empresas que dependen de las tierras raras podrían enfrentarse a un aumento de costos o retrasos en las entregas. A largo plazo, los afectados seguramente buscarán alternativas — tecnologías de reciclaje, minas en Australia, cadenas de suministro en el sudeste asiático, ya están en marcha.

Pero la clave del problema no está en la minería, sino en la parte posterior. La purificación, separación y fabricación de materiales de alta gama, esas etapas son realmente la barrera protectora. Incluso si ahora se invierte de manera masiva, liberarse completamente de la dependencia llevará entre 5 y 10 años.

El juego en la cadena de suministro nunca ha sido solo una guerra comercial. Para nosotros, que prestamos atención a los riesgos macroeconómicos, la historia de las tierras raras nos recuerda una cosa: el poder de fijar precios de los recursos, a veces, es más mortal que la potencia de cálculo y la liquidez.